miércoles, 7 de marzo de 2018

Los Muertos de Nela

“Los Muertos de Nela”

Ellos no lo sabían, pero con la muerte de Nela habían activado el siguiente número Phi. Estábamos teniendo una serie de atentados y accidentes en Madrid con el mismo común denominador. Las bombas y los accidentes no entienden de números pero en estos había un patrón en lo que al número de muertos me refiero. Los muertos iban in crescendo siguiendo la serie de los números Phi. ¿Cómo era posible algo así?

Nela quería muertos y estaba convencida  de que la providencia estaba con ella. Al fin y al cabo Nela estuvo en el otro lado, donde los creadores manejan los hilos de nuestras vidas. Y fue de las pocas afortunadas en regresar, ya que quien cruza al otro lado es para no volver.

Nela era diferente a los demás. No se esforzaba en caer bien a nadie. Nela era como era. Y aquella noche, antes de morir, fue invitada a una fiesta. Pero había algo que ella desconocía. Cuando llegó a la fiesta, en un cortijo situado en lo más alto de una loma rodeada de bosque, a las afueras de Madrid, y cuyo pueblo más cercano estaba a unos 5km, no le extraño nada encontrarse al entrar con varios hombres ataviados con ropas de cuero negro y capuchas también de cuero. Ya que se trataba de una fiesta Sado. Y así contó hasta 88 entre hombres y mujeres. Al principio todo transcurría de la forma más cordial y Nela era la primera vez que asistía a esta clase de fiesta. Aunque no tardó en darse cuenta que ella era la protagonista. Así es que cuando la mandaron a por leña acompañada de Pablo, esta intentó huir sin saber a donde ya que no conocía el terreno. Nela comenzó a correr sin rumbo mientras todos gritaban su nombre entre risotadas desde la casa. Pablo sujeta a Nela con fuerza por el brazo dirigiéndose al cortijo. Esta vuelve con dificultad ya que al intentar huir perdió uno de sus botines de piel marrón. Ahora sabía que cuando volvieran a entrar comenzaría el verdadero juego. Ahora sabría a que la habían invitado.

-      - ¡Desnúdate! – Le dijo una voz de mujer cubierta por una capucha. – Y enciende una hoguera en el centro del salón. – Continuó diciendo Piluca.

Nela comenzó a desvestirse ante la mirada de todos. Ahogando su llanto en suspiros. El proceso de humillación había comenzado y por supuesto había algo más que 88 mentes enfermas en este fatídico juego. Había una cuestión de celos. De todos los asistentes a la fiesta, la única que practicaba el Sado era Piluca y por supuesto se estaba saltando todas las normas.

Encontrándose ya desnuda por completo, amontona algo de leña en el suelo y arrodillándose prende el fuego con alguna dificultad. Una vez encendido este, Piluca le pone un collar de cuero negro al cuello sujeto a una cadena.

-        - ¡Salta el fuego perra! – Le dice Piluca en una orden conforme sujeta el otro extremo de la cadena.

Y así la tuvieron durante horas saltando el fuego una y otra vez en lo que Nela gimoteaba con lágrimas en su rostro y suplicando por su vida. Después de un sinfín de humillaciones, ahogada en lágrimas y con sus pies quemados, la cuelgan boca abajo de una viga del techo.  Todos jugaban con Nela  a la piñata utilizando palos, bastones y cualquier cosa que sirviera para golpearla.
Nela los ve del revés y en un constante movimiento al estar esta colgada como un péndulo. Los golpes llegan a todo su cuerpo, del tronco a la cabeza por donde se desliza la sangre. Los 88, en especial Piluca, estaban cargados de odio. Y la golpeaban una y otra vez con toda la furia de la que disponían. Con cada golpe que le daban les iba quedando menos energía. Estaban exhaustos pero siguieron golpeándola una y otra vez durante horas, incluso después de muerta. Piluca los había convencido de que Nela estaba detrás de una serie de desafortunadas desgracias que sucedieron en el pueblo, cuando la realidad era que Nela se acostaba con su esposo.

Después dejaron su cuerpo desmembrado en las instalaciones de un generador de luz, por donde pasaba el agua a gran velocidad, bajo un conducto de hormigón, confiando en que la erosión lo haría desaparecer.

Nela volvió del otro lado a nuestro Mundo apareciendo a través de una pared del cortijo, al día siguiente de su muerte. Pero no se trataba de un espectro ni nada similar. Nela volvió del otro lado con su cuerpo real, en carne y hueso y como cuando tenía veinte años, pero con todos los recuerdos y conocimientos de cuando la mataron con cuarenta. Esta posó su mano derecha en el hombro de Piluca que estaba de espaldas y preparando  café en la cocina.

-       -  ¿Quién diablos eres? ¿Qué haces aquí?

-        Anoche firmasteis vuestra sentencia de muerte. Activasteis el siguiente número y vuestro destino está sellado.
Al oír su voz pudo reconocer con claridad que se trataba de Nela.
Nela ahora es conocedora de la verdad. Ha estado al otro lado frente a frente con los creadores. Más conectada que nunca a estos y con la sabiduría adquirida vuelve dotada de ciertas cualidades, como rejuvenecer y envejecer a su antojo, fusionarse con la materia, traspasar la línea que separa una dimensión de otra, o tele transportarse sin ningún tipo de tecnología, con el simple dominio de su mente. Y aun siendo igual que la Nela a la que mataron, no era ella. El cuerpo físico de la Nela que murió seguía desmembrado en aquel conducto. Esta Nela procedente del otro lado era una fusión entre dos Nelas de distintas dimensiones. La mente mejorada de la que murió y el cuerpo físico de otra Nela.
Durante un brevísimo espacio de tiempo aumentó repentinamente la temperatura en la cocina. Calor procedente de Nela que elevó bruscamente los grados de su cuerpo hasta que desapareció de un fogonazo. Su mente ahora la trasladaría  a otro lugar donde llevaría a cabo el proceso inverso.
Había conseguido lo que quería que era inducir el miedo a Piluca. La que estaría aterrorizada hasta el día en que muriera, sin saber cómo ni cuándo la muerte pasaría a buscarla.

El primer número que abrió la cadena de los números Phi se produjo en Madrid capital, y fue un atentado con tiro en la nuca en la plaza de Callao. Era ya de noche cuando un militar de alta graduación salía del cine y entre la multitud, un pistolero armado con una glock 9mm se situó justo detrás de él descargando el cargador a bocajarro sobre este. El primero en la nuca. Los demás cuando el militar ya estaba en el suelo. El segundo número se activaría al día siguiente cuando un taxi atropelló a dos peatones que cruzaban la Gran Vía a la altura de Montera. El tercer número lo activaría un artefacto explosivo al tercer día y en un autobús de línea al que subían viajeros en el momento de la explosión en Gran Vía con Plaza de España y en el que murieron tres personas. Al quinto día cinco jóvenes morirían aplastados al intentar huir del incendio producido en un after de nombre Afterson. En el octavo día sería otro artefacto con explosivos en la Estación Sur de Madrid en el que perderían la vida ocho individuos. Al treceavo día otra explosión pero esta vez de gas en un bar  céntrico de la capital en el que murieron trece personas. Y pasados veintiún días morirían veintiún ciudadanos en un atentado con coche bomba en la céntrica calle de Atocha. Treinta y cuatro días después del primer atentado en Callao morirían treinta y cuatro personas, esta vez abrasadas por el incendio producido por un cortocircuito en otra discoteca. Cincuenta y cinco días después de ese primer atentado serían cincuenta y cinco las personas fallecidas en otro atentado en la línea dos del metro con gas sarín.

Con el absoluto control de su mente, Nela se introduce en los pensamientos de todos los asistentes a esa fiesta en el cortijo. Los divide en grupos haciéndolos dudar unos de otros. Y mediante telequinesis se cerciora de atrancar puertas y ventanas de forma que nadie pueda salir.
Finalmente pone un único pensamiento en bucle en sus cabezas. El de la noche en la que la estaban torturando, insertándoles la idea de que Piluca es la culpable de lo que les está sucediendo. Ahora a los 88 se les repite el mismo pensamiento una y otra vez a una velocidad de vértigo. Estos, incapaces de pensar en nada más  se gritan y agreden unos a otros llegando incluso a darse muerte. A Piluca es a la que primero matan haciéndole pasar por la misma humillación y tortura que sufrió Nela. Después continuaría la locura en la sala de ese cortijo del que no tienen escapatoria. Unos intentan huir de otros muriendo en el intento a manos de los demás, que utilizan de forma contundente cualquier objeto  a su alcance para dar muerte. Agotados después del fin de semana de terror que han vivido, los seis supervivientes se encierran cada uno en una habitación y con un único pensamiento. Ahorcarse.

Así es que 89 días después del atentado de Callao murió Nela a manos de estos 88 psicópatas que perderían también la vida ese fin de semana inducidos por la prodigiosa mente de la nueva Nela que tenía a la providencia y a los creadores de su parte, habiendo estos llevado a cabo el patrón de los números Phi de todas las muertes. ¿Pero qué querrían los creadores que entendiéramos con esta serie de números?


domingo, 4 de marzo de 2018

Palabra de Satán


RELATO CORTO

“Palabra de Satán”

Ese hombre de aspecto siniestro y de pocos amigos sabía que la inmortalidad era posible. Ese hombre era yo, mi nombre es Ángel y tan solo tenía que pactar con el Diablo. No vendiéndole el alma ni nada similar, sino cediéndole la vida. El Diablo haría y desharía a su antojo. Supe que así era cuando  comencé a defenderme como nunca me había defendido antes. Podía sentir la energía dentro de mí. Un calor que venía de las mismísimas entrañas hasta proyectarse en mí mirada. Podía sentir como la piel de mi rostro me iba a explotar cuando toda la ira se concentraba en el y en las órbitas de mis ojos. Ese no era yo. Pero sería inmortal. No morir sería mi objetivo. Y tampoco quería envejecer. Solo tenía que pedírselo a Satán y sería como cuando tenía veinte. El Ángel que todos conocían ya no existe. Yo nunca iría al infierno pero es de donde venía.

¿Qué es lo que ocurre? – Mi cuerpo no reaccionaba pero podía verlo y oírlo todo. Mi mente es lo único que funciona en miles de pensamientos que iban y venían. Mi mente cautiva en una ratonera digital. Pero el Diablo me había dado una pista. La respuesta está en tu interior me dijo la noche de la  invocación. La noche en la que a las tres de la madrugada sellé mi pacto con Satán. Había una posible salida,  una escapatoria. Y debería dar con  la clave  en mi cerebro antes de que me introdujeran en un nicho por toda la eternidad. Tenía que pensar lo correcto y como si de un resorte se tratase mi cuerpo inerte volvería en si. ¿Pero qué era pensar  lo correcto? La respuesta está en tu interior fueron las palabras de Satán. No pienses en el amor, piensa solo en ti. Satán me prometió vida eterna y vida eterna me daría. Solo había que escapar de la ratonera si no  quería que esa vida eterna, que mi inmortalidad, fuera dentro de un nicho y en cualquier cementerio. ¿Pero cómo?

Estaba asistiendo a mi propio funeral. Y tenía 24h para dar con la clave a mi liberación antes de que me dieran sepultura. Pude ver cómo cerraban la tapa de mi ataúd y ahora solo veía a través del cristal de la misma. Todo lo escuchaba lejano, en la distancia, pero el murmullo del pulular de gente en el tanatorio llegaba a mis oídos. De la misma forma que podía ver cómo se acercaban a darme el último adiós. No podía hacer nada. Solo pensar. Y todo el mundo creía que aquella noche había muerto. Que había sido víctima de un infarto. Y realmente mi corazón no hacía su cometido, ni mis pulmones tampoco. Todo se había detenido en mí como si en realidad la vida se me hubiera ido en un suspiro. No sentía nada en mi cuerpo, ni un leve cosquilleo. Como si estuviera muerto. ¡¡Pero estaba vivo!! Quería gritar pero era inútil. No podía ni respirar aunque mi cerebro seguía con vida. Miles de pensamientos se agolpaban en mi cabeza. Rápidos, fugaces unas veces o  desesperadamente lentos otros. Si quería ganar esta batalla no debía pensar en el amor. Debía pensar solo en mí. Pero yo tenía seres queridos, gente a la que amaba y estos pensamientos eran los que más venían a mi cabeza, aunque me esforzaba por rechazarlos. Debía odiarlos. Pero ese odio debía de nacer de lo más  profundo de mi alma. Ese odio tenía que ser real. Y  así es como cabía la posibilidad de romper ese muro digital que mantenía mi cuerpo inerte. De esta manera podría escapar de la ratonera.
El tiempo no pasa en esta situación, con la única vista del techo  y sus luces. Las luces se están desplazando, es lo que llegué a pensar hasta que caí en la cuenta que era la caja lo que se movía.

Alguien se percata de que tengo los ojos abiertos.

-       - Deberíamos  cerrárselos. – Comentó conforme abría la tapa del ataúd.

Quise gritar pero no pude, todo era inútil. Solo puedo pensar lo que el Diablo me permite. La luz se desvanece cuando Mario tras alzar la tapa del ataúd cierra mis  párpados. Ahora todo es oscuro. Solo me acompaña el murmullo de la gente y el sonido de un golpe seco al cerrar la tapa. En esta ocasión no pude ver como la tapa se cerraba. Debo orientarme por los sonidos. Y parecía  lógico pensar que me llevaban al cementerio. Ahora el tiempo transcurre demasiado deprisa.

Era una lucha a contra reloj entre mi mente y la ratonera digital en la que me encontraba. ¿Cómo era posible que nadie en mi familia se dieran cuenta de que seguía con vida? Yo no respiraba, mi corazón no latía y obviamente no tenía pulso. Pero en alguna ocasión llegué a transpirar. Mi frente sudaba y mis axilas también, y sin embargo nadie fue lo suficientemente observador como para darse cuenta de algo así y haber abortado mi entierro. Ahora sí que estaba cargado  de odio. Tenía que alimentar ese odio hacia mi familia. Y así es como conseguiría anular cualquier atisbo de amor que pudiera quedar en mi  para con quien sea.

Solo desde el odio podría escapar de esta ratonera y odio no me faltaba cuando estaba ya a apenas un rato de ser lapidado en cualquier nicho del cementerio de mi pequeña localidad.
Deja de oírse el motor del  coche y abren la puerta trasera, de lo que deduzco que hemos llegado al cementerio. La impotencia y el miedo que siento lo superan todo, incluso al odio que pueda sentir para con quien sea. Jamás volveré a ver a mi familia. ¡No Ángel no!, me digo a mí mismo. Solo desde el odio se romperá el muro que impide mi movilidad. Solo tengo que controlar mis sentimientos y pensar  lo  correcto. Pero solo venían a mi mente los recuerdos de esas reuniones familiares en las que compartíamos cualquier conversación durante alguna  comida. Los recuerdos de alguna amada a la que jamás volvería a ver ni a compartir esos buenos ratos con ella. Solo puedo pensar en ese nicho en el que me iban a meter para no salir jamás. Mi miedo  supera a mi odio y esa  no era la fórmula para romper ese muro digital y volver a la vida al recuperar la movilidad.

Vuelvo a oír  el murmullo de la gente que está asistiendo a mi entierro. Ya me conducen al nicho y en breve escucharé como ponen la lápida, que será el último sonido  que mis oídos puedan captar.
Pasado un rato al fin consigo gritar. Mi grito se ahoga entre lágrimas. Al fin puedo moverme, retorciéndome en mi propia tumba, en ese  claustrofóbico nicho en el que me retuerzo entre gritos, quejidos y lágrimas. Ya pusieron la  lápida. Se marcharon y nadie puede oírme.

Conseguí la inmortalidad que me prometió Satán.

viernes, 2 de marzo de 2018

Historia de una plancha

RELATO CORTO

“Historia de una plancha”

La plancha, de segunda mano, es lo único que sobrevivió al incendio y fue el regalo de un novio de mi mamá. A mami no le gustó, decía que no  era regalo para una amada y tenía toda la razón. La plancha, aunque de segunda mano estaba en buenas condiciones, sin contar algún desconchón de su lacado rojo y algún doblez de más en el cordón por donde mami sabía que terminaría muriendo esa plancha. Pero era lo único de valor que teníamos en nuestra pequeña casa de tablas por  donde se colaba toda el agua del cielo en los días de lluvia y no tardó mucho en sacarnos de algún apuro económico.

El agua llegaba al barrio dos días en semana, teniendo que ir mi hermano y yo a buscarla a una fuente distante y en ruinas. Debido a mi problema de asma y a que era más avispado que mi hermanito, el sería el que acarrearía  con los cubos y botes de agua que arrinconábamos  en casa para la limpieza y el baño, ya que esta no era potable. Debido también a que yo era un par de años mayor que Migue, mami delegaba en mi la misión de ir a empeñar la plancha cuando no teníamos ni para poner a hervir una papas, aprovechando siempre para quedarme con algunos chelitos de lo que me daban en la casa de empeños.

Cuando volví a casa aquella tarde después de haber peleado con Rafa, ahí estaba mami planchando nuestra ropa con una olla que previamente había puesto al fuego.

-       - ¿Dónde está la plancha? – Pregunté a mami.
-       -    La llevé a empeñar. – Me contestó conforme presionaba la olla sobre uno de mis pantalones.

Me cambió el gesto. En esta ocasión no pude quedarme con nada. Aunque cada vez nos daban menos por esa vieja plancha.

La plancha permanecía en un estante de la casa de empeños, esperando a que mami la fuera a buscar. Ahí estaba esa plancha, nuestra plancha, entre otras planchas y multitud de cachivaches. La plancha, a pesar de ese doblez en su cable, estaba en mejores condiciones que todas las demás. Así es que cuando alguien preguntaba por una plancha, el propietario solía bajarla del estante diciéndole al cliente que la propietaria acostumbraba a venir por ella con puntualidad, pero que si se retrasaba tan solo un rato se la podría llevar a un buen precio.
El cliente preguntó a Federico, el dueño de la casa de empeños, que si podía probarla. A lo que este respondió afirmativamente:
-       - Enchúfela a ese toma corriente de la pared. – Conforme deslía el cable.
Un lio de chispas le hizo soltar la plancha en cuanto la enchufó. Esta  cayó al suelo sin daños aparentes.
-       - Es solo al enchufarla, después plancha con normalidad. – Se apresura a decir Federico.
El cliente se marcha insatisfecho y la plancha vuelve al estante.
Este se dispone a cruzar la Avenida de cuatro carriles que lo separa de su casa. El tráfico es caótico y él va con sus pensamientos puestos en esa plancha. Un taxi se le echa encima sin poder esquivarlo. Su muerte es instantánea. 

Es día de cobro y mami recibe su pensión que apenas da para pagar el alquiler de esas cuatro tablas que tenemos como casa. Así es que de nuevo, como cada mes,  mami va a retirar su plancha. Lo único que tenemos en propiedad. Siempre temiendo que alguien se la lleve, y tenga que ahorrar para otra plancha de segunda mano y seguro que en peores condiciones.

Al entrar en la casa de empeños, mami pregunta por el propietario. A lo que el chaval que hay allí le responde:
-        A sufrido un accidente.
-        -¿Federico? – Pregunta mamá. - ¿Qué le ha ocurrido?
-        Lo hemos perdido para siempre. – Responde el  chico. – Cuando fue a poner su plancha en el estante, este se le vino encima y recibió un  golpe fatal en la cabeza.

Al fin mami podrá volver a planchar sin la  olla. La plancha está de nuevo en casa esperando ser utilizada para lo que vino a este mundo. Ahí está en un rincón y en el lado más seco de casa. Donde ni el  agua ni la humedad le pueden causar ningún daño. Donde los ratones no puedan comerse el cable. Hay que cuidar esa plancha. El mes que viene será empeñada otra vez.

Nunca olvidaré esa última tarde. La tarde en la que al regresar a casa, todos los vecinos colaboraban echando cubos de agua a ese puñado de tablas ardiendo. Pero todo se redujo a cenizas. Nada quedó a salvo. Esa fatídica tarde perdí  a mami. Migue, para su fortuna no se encontraba en casa. Entre las cenizas hay algo que brilla por su cromado. Rescato esa maldita plancha.
Ahí estaba Rafa. Arrimando el hombro  con todos los demás vecinos, pero con una sonrisa maliciosa en su rostro.
-       - Hola Rafa. – Le digo de forma amistosa.
-        -Hola Raúl. Siento mucho lo ocurrido. – Me dice con voz queda.
Yo estoy con la plancha entre las manos y esta con el cordón enroscado a su mango.
-        -¿Tiene tu mami  plancha?
-        -No. – Contesta  lacónico.


Le doy la plancha. 

miércoles, 28 de febrero de 2018

Capítulo 4...Iris, el beso de una puta


Capítulo 4
Iris, el beso de una puta











Es demasiado temprano para una puta y el teléfono me da señal de apagado. No sabía cómo se lo iba a explicar después a Elena, pero esta noche debería quedarme en Granada si es que no daba antes con la susodicha chica de la vida. Sigo insistiendo a cada rato, mientras el inspector se marchó a su oficina para organizar la posible he inmediata detención de Ordoño, al cual situaban según la última vez que usó su tarjeta en Langreo. Al parecer ha vuelto a su pueblo natal que con sus poco más de 45.000 habitantes no era un sitio fácil donde esconderse. Había una orden de detención contra Ordoño, y todos los accesos a Langreo y alrededores están controlados por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, con controles de carretera en cada entrada y salida de la pequeña ciudad, además de en todos los transportes públicos.

Pronto se hizo la noche en Granada, pero la completamente redonda Luna y llena de luz, permite ver incluso en los callejones sin farolas. Y por estos callejones del viejo Albaicín pasé el día mostrando la foto y preguntando por Ordoño a comerciantes y vecinos de la zona, sin obtener nada en positivo, conforme de vez en cuando llamo al teléfono de la tal Lucía que siempre da señal de apagado. Algo que ya comenzaba a escamarme. Solo cuando entro por la puerta de mi habitación en el Hotel Victoria, donde he pensado pasar la noche, el teléfono al fin comenzó a dar tonos. Ella respondió al cuarto tono.

-   ¿Sí?
-   ¿Lucia?
-   Puedes llamarme como quieras cariño, pero yo no soy
Lucia.
-   Y si no eres Lucia ¿Quién eres?
-   Me llamo Iris.
-   ¿Y me podías poner con Lucia?
-   No conozco a ninguna Lucia.
-   ¿Seguro que no es una compañera tuya?
-   Yo no tengo compañeras, pero por estrambótico que
sea lo que le pidieras a esa tal Lucia, yo también lo hago y seguro que mucho mejor. No te arrepentirás cariño.
Por unos momentos, la confusión se apodera de mí, ya que sin duda ese era el teléfono al que llamaba Ordoño cada sábado por la noche, pero en cambio no me respondió la tal Lucia, si no una tal Iris. Quizás el hippy estuviera confundido, o como pensé a continuación cuando Iris me dijo lo de “por estrambótico que sea”, y eso fue lo que me hizo pensar que era posible que el nombre de Lucia fuera solo una fantasía para Ordoño, quizás alguien que significó algo para él alguna vez en su vida.

-   Está bien Iris, ¿podemos vernos ahora?
-   ¿A dónde tengo que ir?
-   Al Hotel Victoria, habitación 316.
-   Está bien cariño, te informo que se paga por
adelantado, y tú pagas el taxi.
-   Sí, está bien, no hay problema. ¿Me podías decir la
tarifa?
-   Claro, ¿cómo no?. Mira cielo, son 150 euros la
hora, y si pides algo especial aumento el precio depende de lo que sea.
-   Ajá, está bien, te espero. ¿Cuánto tardaras?
-   Media hora, en media hora estoy allí.

He preferido ser prudente y no hablar nada referente a Ordoño hasta tenerla cara a cara. Durante la media hora que en la que espero la llegada de Iris, decido llamar a Elena, ya que en breve, otro día cualquiera ya estaría entrando por la puerta y saludando a Lucas. A estas horas Elena ya estara terminando de preparar la cena, a si es que debía de haberla llamado antes, pero no encontré el momento oportuno en todo el día y estaba esperando a llegar al Hotel para llamarla más relajadamente. Elena coge el teléfono en seguida, después de comprobar quien la llama.

-   Dime.
-   Hola Elena, ¿qué? ¿cómo estás?
-   Yo bien, ¿cómo voy a estar?, ¿por qué?, ¿qué te
pasa?
-   No, nada, solo es que……, verás, que esta noche no
voy a poder ir a casa, tengo que quedarme aquí, se me ha complicado un asunto.
-   ¿Que se te ha complicado un asunto? ¿Qué asunto?
-   Del trabajo, ya te explicaré, ahora no puedo
hablar.
-   Está bien, no te preocupes, ya me explicaras. Chao.
-   Chao guapa, un beso.

Aunque ella intentara no reflejarlo, he notado cierto tono de irritabilidad en Elena, y sí que podía hablar ahora con ella, pero es que no sabía lo que iba a decirle, y Elena pudo notar enseguida que le estaba ocultando algo.
Miro al techo desde la cama, y mi cabeza no para de pensar. ¿Quién sería Lucía? ¿Qué significaría para Ordoño? ¿Tendría algo que ver con la chica del camión? ¿Qué fantasías caben en la cabeza de un depredador que devora a sus víctimas? ¿Sería Ordoño ese depredador? Si era así, ¿por qué no encontré restos cocinados de la chica en su nevera? Y si él no era, ¿por qué había huido repentinamente justo cuando encontraron el cuerpo de la chica? ¿Estaría tapando a alguien? Sea como fuese, Ordoño parecía ser la clave para resolver el enigma. ¿Tendría Iris conocimiento de algo? ¿Se habría abierto a ella?
Aún faltan unos minutos para que llegue Iris, si es que era puntual, a si es que mientras tanto decido llamar al inspector Mejía para ver cómo iba el cerco que habían hecho a Ordoño en Langreo, donde se había trasladado el inspector para dirigir la búsqueda de primera mano.

-   Ni rastro de él. – Me contestó el inspector cuando
le pregunté.
-   ¿Habéis estado en el antiguo matadero donde vivía?
-   Hemos estado, y también en todos los hoteles,
hostales y pensiones inmundas de la ciudad, y ni rastro de él. Es como si se lo hubiera tragado la tierra. Pero de aquí no puede salir sin que lo detectemos, aunque me temo que hasta que no vuelva a usar su tarjeta no vamos a dar con él.
-   No desesperes. Caerá. Solo es cuestión de tiempo. –
Unos golpes secos redoblan sobre la puerta de la habitación. – Ahora tengo que dejarte.

Cuando abro la puerta me encuentro con una chica de unos veintitantos años, muy discreta aunque provocativa en su forma de vestir, con un traje blanco tipo ejecutiva, compuesto por falda estrecha a la altura de las rodillas con raja en medio y una elegante chaqueta con los primeros botones abiertos, zapatos de tacón y un pequeño bolso colgando de su hombro derecho. Su pelo era largo y negro, sus facciones rellenas y su piel blanquecina. Su mirada y el hecho de sorber discretamente su nariz me eran muy familiares, además de tener las aletas de la nariz rojas e hinchadas. No se puede decir que viniera muy puesta, pero venía claramente encocada. La invito a pasar.

-   Iris ¿no? – Digo lacónico.
-   Si, ¿con quién tengo el gusto de estar aquí?
-   Yo soy Carcosa, Dani Carcosa.
-   Bueno Dani, ¿qué va a ser, efectivo o con tarjeta?
-Iris acostumbra a ir directa al grano, su tiempo
es oro.
-   Efectivo, efectivo. – Saco el dinero de mi cartera
que guardo en el bolsillo trasero de mi pantalón. – Toma, 150 por la primera hora.
Iris comienza a desvestirse, después de guardar el dinero en su bolso.
-   No, no será necesario. – Le informo.
-   ¿No? ¿Qué es lo que quieres?
-   Solo quiero que hablemos.
-   Pues tú dirás cielo, también soy una gran
conversadora. ¿De qué quieres que hablemos?
-   De Ordoño.
-   ¿De Ordoño? ¿Quién es Ordoño?
-   Un cliente tuyo, te llamaba todos los sábados por
la noche y se refería a ti como Lucia.
-   Ah sí, Ordoño. Pues lo siento, pero no acostumbro a
hablar de clientes con otros clientes.
-   ¿Y si lo consideramos como algo especial? – Saco
otros cincuenta euros de la cartera.
-   Bueno, en ese caso, no sé, ¿qué es lo quieres
saber? – Cogió el dinero. – ¿qué eres?, ¿policía?
-   No exactamente, soy detective privado. Y quiero
saber todo. Por ejemplo, comencemos por cómo te llamaba, ¿por qué te llamaba Lucia?
-   ¿Y tú cómo sabes eso?
-   Supongo que porque no erais muy discretos. No has
contestado a mi pregunta.
-   La verdad es que nunca me dijo por qué, simplemente
me llamaba así y ya está. A mí me da igual cómo me llamen mis clientes, hay cosas mucho peores a que te llamen Lucia. Aunque yo creo, pero es solamente una suposición, que podría ser una maestra suya de cuando era crio.
-   ¿Y por qué crees eso?
-   Porque le gustaba que me vistiera de maestra. Al
principio yo no sabía muy bien cómo se viste una maestra, no sé, imagino que como todo el mundo, pensé, así es que me vestía así, prácticamente como voy ahora, pero con una regla de madera en la mano con la que le azotaba el culo.
-   Ajá, ¿y qué tiempo llevaba llamándote cada sábado?
-   Pues como un par de años.
-   ¿Sin fallar?
-   Si, sin fallar, aunque ahora lleva como dos fines
de semana que no me llama, y yo no es que me preocupe mucho por mis clientes, son solo eso, clientes. Unos vienen y otros se van. Pero me resulta cuanto menos extraño que no me llame, la verdad es que ya me había acostumbrado a ir cada sábado a su horrible casa. No es mi perfil de cliente, pero bueno, mientras pague.
-   ¿No notaste algo raro en el últimamente,
antes de que dejara de llamarte?
-   Pues sí, algo le preocupaba, porque no quería lo de  
siempre. Solo quería que lo abrazara y que lo besara como si fuera un niño chico.
-   ¿Crees que era un tipo raro?
-   No más raro que otros, he conocido tipos
auténticamente raros.
-   ¿Y no sabes qué es lo que le preocupaba
últimamente?
-   Pues no sé, bueno sí, creo que tenía miedo.
-   ¿Miedo? ¿No sería remordimiento?
-   Pues no sé, creo que no, ¿es que ha hecho algo?
-   Solo presuntamente. ¿Y de qué crees que podía tener
miedo?
-   Necesito una raya, ¿le importa? – Comenta algo
tensa.
-   No, claro, adelante.

Debo ser firme en la decisión que tomé, además, es probable que ni me invite. Pero en el caso de que lo haga debo decir que no, aunque por otra parte compartir unas rayas podría crear cierta complicidad entre ambos y hacer que Iris se sintiera más relajada y cooperara con más facilidad, aunque también puede ser la excusa que me he buscado rápidamente para poder decir que sí, sin remordimientos de conciencia. El caso es que yo la observo con cierta ansiedad mientras Iris separaba el polvo blanco sobre el escritorio que hay pegado a la pared, haciendo dos líneas perfectas con la ayuda del D.N.I. Solo entonces, cuando ya tenía listo también el rulo que preparó con uno de los billetes que yo le había dado, ella dijo:

-   ¿Quieres? – Ofreciéndome el rulo.
-   Claro, ¿cómo no?
Rompí mi promesa, la que me hice a mí mismo, en el momento en que me incliné para esnifar una de las dos rayas. Después lo hizo ella, pasando a continuación su índice sobre los restos que habían quedado sobre el escritorio, lamiéndose el mismo.
-   ¿De qué crees que podía tener miedo entonces? –
Contino preguntando, conforme sorbo mi nariz.
-   Yo más bien diría de quién.
-   Bueno, pues de quién.
-   No sé. Últimamente cuando llegaba a su
casa y me abría la puerta, tiraba rápidamente de mí hacia dentro y cerraba aún más rápido, echando los pestillos. Es como si tuviera miedo de que alguien me hubiera seguido y pudiera dar con él. La verdad es que llegó a contagiarme parte de ese miedo, llegué a pensar que en cualquier momento podía llegar alguien y hacernos yo que sé qué. Estaba deseando que pasara la hora para irme de allí.
-   ¿Y nunca te dijo de quién tenía miedo o por qué?
-   No, lo que si me dijo es que había hecho algo
horrible, aunque yo no le di mucha importancia, hasta ahora, claro.
-   ¿Y cómo es que no le diste importancia? Si ya
habías notado que tenía miedo de alguien.
-   Porque lo decía entre lenguas y entre sollozos
mientras yo lo abrazaba y le besaba el pelo. Pensé que era parte del juego de que él era un niño y yo su maestra.
-   ¿Y nunca dijo lo que había hecho aunque fuera entre
lenguas?
-   No, solo decía, he hecho algo horrible, he hecho
algo horrible, y me pedía que le abrazara. Yo jamás pensé que de verdad podía haber hecho algo. Más bien pensaba que era por algo que hubiera pasado en su infancia, ya sabe, por su juego de ser un niño y yo su maestra.

Antes de que pasara la hora, ya había sacado algo en claro. Ordoño había hecho algo horrible y tenía miedo de alguien, pero ¿de quién tenía miedo Ordoño? ¿por qué? ¿acaso temía por su integridad física? ¿habría huido por ese miedo? ¿o sería más bien por el miedo a responder ante la justicia? En cualquier caso había huido, y eso sumado a que por lo visto había hecho algo horrible lo convertían en el principal sospechoso. Pero en el caso de que eso tan horrible fuera que hubiera matado a la chica, ¿se la habría comido también él? ¿O el hecho de haberla matado era más bien un trabajo para alguien? En ese caso, ¿para quién?, y ¿qué habría ganado Ordoño con esa muerte? ¿Quizá los treinta mil euros que encontré en su casa bajo una baldosa? Ha llegado la hora de hablar con el Señor Valverde, propietario y presidente de TRANSVALSA. Ya era tarde, así es que después de despedirme de Iris, intentare descansar, y dejare la conversación con el Señor Valverde para por la mañana.