miércoles, 28 de febrero de 2018

Capítulo 4...Iris, el beso de una puta


Capítulo 4
Iris, el beso de una puta











Es demasiado temprano para una puta y el teléfono me da señal de apagado. No sabía cómo se lo iba a explicar después a Elena, pero esta noche debería quedarme en Granada si es que no daba antes con la susodicha chica de la vida. Sigo insistiendo a cada rato, mientras el inspector se marchó a su oficina para organizar la posible he inmediata detención de Ordoño, al cual situaban según la última vez que usó su tarjeta en Langreo. Al parecer ha vuelto a su pueblo natal que con sus poco más de 45.000 habitantes no era un sitio fácil donde esconderse. Había una orden de detención contra Ordoño, y todos los accesos a Langreo y alrededores están controlados por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, con controles de carretera en cada entrada y salida de la pequeña ciudad, además de en todos los transportes públicos.

Pronto se hizo la noche en Granada, pero la completamente redonda Luna y llena de luz, permite ver incluso en los callejones sin farolas. Y por estos callejones del viejo Albaicín pasé el día mostrando la foto y preguntando por Ordoño a comerciantes y vecinos de la zona, sin obtener nada en positivo, conforme de vez en cuando llamo al teléfono de la tal Lucía que siempre da señal de apagado. Algo que ya comenzaba a escamarme. Solo cuando entro por la puerta de mi habitación en el Hotel Victoria, donde he pensado pasar la noche, el teléfono al fin comenzó a dar tonos. Ella respondió al cuarto tono.

-   ¿Sí?
-   ¿Lucia?
-   Puedes llamarme como quieras cariño, pero yo no soy
Lucia.
-   Y si no eres Lucia ¿Quién eres?
-   Me llamo Iris.
-   ¿Y me podías poner con Lucia?
-   No conozco a ninguna Lucia.
-   ¿Seguro que no es una compañera tuya?
-   Yo no tengo compañeras, pero por estrambótico que
sea lo que le pidieras a esa tal Lucia, yo también lo hago y seguro que mucho mejor. No te arrepentirás cariño.
Por unos momentos, la confusión se apodera de mí, ya que sin duda ese era el teléfono al que llamaba Ordoño cada sábado por la noche, pero en cambio no me respondió la tal Lucia, si no una tal Iris. Quizás el hippy estuviera confundido, o como pensé a continuación cuando Iris me dijo lo de “por estrambótico que sea”, y eso fue lo que me hizo pensar que era posible que el nombre de Lucia fuera solo una fantasía para Ordoño, quizás alguien que significó algo para él alguna vez en su vida.

-   Está bien Iris, ¿podemos vernos ahora?
-   ¿A dónde tengo que ir?
-   Al Hotel Victoria, habitación 316.
-   Está bien cariño, te informo que se paga por
adelantado, y tú pagas el taxi.
-   Sí, está bien, no hay problema. ¿Me podías decir la
tarifa?
-   Claro, ¿cómo no?. Mira cielo, son 150 euros la
hora, y si pides algo especial aumento el precio depende de lo que sea.
-   Ajá, está bien, te espero. ¿Cuánto tardaras?
-   Media hora, en media hora estoy allí.

He preferido ser prudente y no hablar nada referente a Ordoño hasta tenerla cara a cara. Durante la media hora que en la que espero la llegada de Iris, decido llamar a Elena, ya que en breve, otro día cualquiera ya estaría entrando por la puerta y saludando a Lucas. A estas horas Elena ya estara terminando de preparar la cena, a si es que debía de haberla llamado antes, pero no encontré el momento oportuno en todo el día y estaba esperando a llegar al Hotel para llamarla más relajadamente. Elena coge el teléfono en seguida, después de comprobar quien la llama.

-   Dime.
-   Hola Elena, ¿qué? ¿cómo estás?
-   Yo bien, ¿cómo voy a estar?, ¿por qué?, ¿qué te
pasa?
-   No, nada, solo es que……, verás, que esta noche no
voy a poder ir a casa, tengo que quedarme aquí, se me ha complicado un asunto.
-   ¿Que se te ha complicado un asunto? ¿Qué asunto?
-   Del trabajo, ya te explicaré, ahora no puedo
hablar.
-   Está bien, no te preocupes, ya me explicaras. Chao.
-   Chao guapa, un beso.

Aunque ella intentara no reflejarlo, he notado cierto tono de irritabilidad en Elena, y sí que podía hablar ahora con ella, pero es que no sabía lo que iba a decirle, y Elena pudo notar enseguida que le estaba ocultando algo.
Miro al techo desde la cama, y mi cabeza no para de pensar. ¿Quién sería Lucía? ¿Qué significaría para Ordoño? ¿Tendría algo que ver con la chica del camión? ¿Qué fantasías caben en la cabeza de un depredador que devora a sus víctimas? ¿Sería Ordoño ese depredador? Si era así, ¿por qué no encontré restos cocinados de la chica en su nevera? Y si él no era, ¿por qué había huido repentinamente justo cuando encontraron el cuerpo de la chica? ¿Estaría tapando a alguien? Sea como fuese, Ordoño parecía ser la clave para resolver el enigma. ¿Tendría Iris conocimiento de algo? ¿Se habría abierto a ella?
Aún faltan unos minutos para que llegue Iris, si es que era puntual, a si es que mientras tanto decido llamar al inspector Mejía para ver cómo iba el cerco que habían hecho a Ordoño en Langreo, donde se había trasladado el inspector para dirigir la búsqueda de primera mano.

-   Ni rastro de él. – Me contestó el inspector cuando
le pregunté.
-   ¿Habéis estado en el antiguo matadero donde vivía?
-   Hemos estado, y también en todos los hoteles,
hostales y pensiones inmundas de la ciudad, y ni rastro de él. Es como si se lo hubiera tragado la tierra. Pero de aquí no puede salir sin que lo detectemos, aunque me temo que hasta que no vuelva a usar su tarjeta no vamos a dar con él.
-   No desesperes. Caerá. Solo es cuestión de tiempo. –
Unos golpes secos redoblan sobre la puerta de la habitación. – Ahora tengo que dejarte.

Cuando abro la puerta me encuentro con una chica de unos veintitantos años, muy discreta aunque provocativa en su forma de vestir, con un traje blanco tipo ejecutiva, compuesto por falda estrecha a la altura de las rodillas con raja en medio y una elegante chaqueta con los primeros botones abiertos, zapatos de tacón y un pequeño bolso colgando de su hombro derecho. Su pelo era largo y negro, sus facciones rellenas y su piel blanquecina. Su mirada y el hecho de sorber discretamente su nariz me eran muy familiares, además de tener las aletas de la nariz rojas e hinchadas. No se puede decir que viniera muy puesta, pero venía claramente encocada. La invito a pasar.

-   Iris ¿no? – Digo lacónico.
-   Si, ¿con quién tengo el gusto de estar aquí?
-   Yo soy Carcosa, Dani Carcosa.
-   Bueno Dani, ¿qué va a ser, efectivo o con tarjeta?
-Iris acostumbra a ir directa al grano, su tiempo
es oro.
-   Efectivo, efectivo. – Saco el dinero de mi cartera
que guardo en el bolsillo trasero de mi pantalón. – Toma, 150 por la primera hora.
Iris comienza a desvestirse, después de guardar el dinero en su bolso.
-   No, no será necesario. – Le informo.
-   ¿No? ¿Qué es lo que quieres?
-   Solo quiero que hablemos.
-   Pues tú dirás cielo, también soy una gran
conversadora. ¿De qué quieres que hablemos?
-   De Ordoño.
-   ¿De Ordoño? ¿Quién es Ordoño?
-   Un cliente tuyo, te llamaba todos los sábados por
la noche y se refería a ti como Lucia.
-   Ah sí, Ordoño. Pues lo siento, pero no acostumbro a
hablar de clientes con otros clientes.
-   ¿Y si lo consideramos como algo especial? – Saco
otros cincuenta euros de la cartera.
-   Bueno, en ese caso, no sé, ¿qué es lo quieres
saber? – Cogió el dinero. – ¿qué eres?, ¿policía?
-   No exactamente, soy detective privado. Y quiero
saber todo. Por ejemplo, comencemos por cómo te llamaba, ¿por qué te llamaba Lucia?
-   ¿Y tú cómo sabes eso?
-   Supongo que porque no erais muy discretos. No has
contestado a mi pregunta.
-   La verdad es que nunca me dijo por qué, simplemente
me llamaba así y ya está. A mí me da igual cómo me llamen mis clientes, hay cosas mucho peores a que te llamen Lucia. Aunque yo creo, pero es solamente una suposición, que podría ser una maestra suya de cuando era crio.
-   ¿Y por qué crees eso?
-   Porque le gustaba que me vistiera de maestra. Al
principio yo no sabía muy bien cómo se viste una maestra, no sé, imagino que como todo el mundo, pensé, así es que me vestía así, prácticamente como voy ahora, pero con una regla de madera en la mano con la que le azotaba el culo.
-   Ajá, ¿y qué tiempo llevaba llamándote cada sábado?
-   Pues como un par de años.
-   ¿Sin fallar?
-   Si, sin fallar, aunque ahora lleva como dos fines
de semana que no me llama, y yo no es que me preocupe mucho por mis clientes, son solo eso, clientes. Unos vienen y otros se van. Pero me resulta cuanto menos extraño que no me llame, la verdad es que ya me había acostumbrado a ir cada sábado a su horrible casa. No es mi perfil de cliente, pero bueno, mientras pague.
-   ¿No notaste algo raro en el últimamente,
antes de que dejara de llamarte?
-   Pues sí, algo le preocupaba, porque no quería lo de  
siempre. Solo quería que lo abrazara y que lo besara como si fuera un niño chico.
-   ¿Crees que era un tipo raro?
-   No más raro que otros, he conocido tipos
auténticamente raros.
-   ¿Y no sabes qué es lo que le preocupaba
últimamente?
-   Pues no sé, bueno sí, creo que tenía miedo.
-   ¿Miedo? ¿No sería remordimiento?
-   Pues no sé, creo que no, ¿es que ha hecho algo?
-   Solo presuntamente. ¿Y de qué crees que podía tener
miedo?
-   Necesito una raya, ¿le importa? – Comenta algo
tensa.
-   No, claro, adelante.

Debo ser firme en la decisión que tomé, además, es probable que ni me invite. Pero en el caso de que lo haga debo decir que no, aunque por otra parte compartir unas rayas podría crear cierta complicidad entre ambos y hacer que Iris se sintiera más relajada y cooperara con más facilidad, aunque también puede ser la excusa que me he buscado rápidamente para poder decir que sí, sin remordimientos de conciencia. El caso es que yo la observo con cierta ansiedad mientras Iris separaba el polvo blanco sobre el escritorio que hay pegado a la pared, haciendo dos líneas perfectas con la ayuda del D.N.I. Solo entonces, cuando ya tenía listo también el rulo que preparó con uno de los billetes que yo le había dado, ella dijo:

-   ¿Quieres? – Ofreciéndome el rulo.
-   Claro, ¿cómo no?
Rompí mi promesa, la que me hice a mí mismo, en el momento en que me incliné para esnifar una de las dos rayas. Después lo hizo ella, pasando a continuación su índice sobre los restos que habían quedado sobre el escritorio, lamiéndose el mismo.
-   ¿De qué crees que podía tener miedo entonces? –
Contino preguntando, conforme sorbo mi nariz.
-   Yo más bien diría de quién.
-   Bueno, pues de quién.
-   No sé. Últimamente cuando llegaba a su
casa y me abría la puerta, tiraba rápidamente de mí hacia dentro y cerraba aún más rápido, echando los pestillos. Es como si tuviera miedo de que alguien me hubiera seguido y pudiera dar con él. La verdad es que llegó a contagiarme parte de ese miedo, llegué a pensar que en cualquier momento podía llegar alguien y hacernos yo que sé qué. Estaba deseando que pasara la hora para irme de allí.
-   ¿Y nunca te dijo de quién tenía miedo o por qué?
-   No, lo que si me dijo es que había hecho algo
horrible, aunque yo no le di mucha importancia, hasta ahora, claro.
-   ¿Y cómo es que no le diste importancia? Si ya
habías notado que tenía miedo de alguien.
-   Porque lo decía entre lenguas y entre sollozos
mientras yo lo abrazaba y le besaba el pelo. Pensé que era parte del juego de que él era un niño y yo su maestra.
-   ¿Y nunca dijo lo que había hecho aunque fuera entre
lenguas?
-   No, solo decía, he hecho algo horrible, he hecho
algo horrible, y me pedía que le abrazara. Yo jamás pensé que de verdad podía haber hecho algo. Más bien pensaba que era por algo que hubiera pasado en su infancia, ya sabe, por su juego de ser un niño y yo su maestra.

Antes de que pasara la hora, ya había sacado algo en claro. Ordoño había hecho algo horrible y tenía miedo de alguien, pero ¿de quién tenía miedo Ordoño? ¿por qué? ¿acaso temía por su integridad física? ¿habría huido por ese miedo? ¿o sería más bien por el miedo a responder ante la justicia? En cualquier caso había huido, y eso sumado a que por lo visto había hecho algo horrible lo convertían en el principal sospechoso. Pero en el caso de que eso tan horrible fuera que hubiera matado a la chica, ¿se la habría comido también él? ¿O el hecho de haberla matado era más bien un trabajo para alguien? En ese caso, ¿para quién?, y ¿qué habría ganado Ordoño con esa muerte? ¿Quizá los treinta mil euros que encontré en su casa bajo una baldosa? Ha llegado la hora de hablar con el Señor Valverde, propietario y presidente de TRANSVALSA. Ya era tarde, así es que después de despedirme de Iris, intentare descansar, y dejare la conversación con el Señor Valverde para por la mañana. 

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