RELATO CORTO
“Historia de una
plancha”
La plancha, de segunda mano, es lo único que sobrevivió al
incendio y fue el regalo de un novio de mi mamá. A mami no le gustó, decía que
no era regalo para una amada y tenía
toda la razón. La plancha, aunque de segunda mano estaba en buenas condiciones,
sin contar algún desconchón de su lacado rojo y algún doblez de más en el cordón
por donde mami sabía que terminaría muriendo esa plancha. Pero era lo único de
valor que teníamos en nuestra pequeña casa de tablas por donde se colaba toda el agua del cielo en los
días de lluvia y no tardó mucho en sacarnos de algún apuro económico.
El agua llegaba al barrio dos días en semana, teniendo que ir
mi hermano y yo a buscarla a una fuente distante y en ruinas. Debido a mi
problema de asma y a que era más avispado que mi hermanito, el sería el que
acarrearía con los cubos y botes de agua
que arrinconábamos en casa para la limpieza
y el baño, ya que esta no era potable. Debido también a que yo era un par de
años mayor que Migue, mami delegaba en mi la misión de ir a empeñar la plancha
cuando no teníamos ni para poner a hervir una papas, aprovechando siempre para
quedarme con algunos chelitos de lo que me daban en la casa de empeños.
Cuando volví a casa aquella tarde después de haber peleado con
Rafa, ahí estaba mami planchando nuestra ropa con una olla que previamente
había puesto al fuego.
- - ¿Dónde
está la plancha? – Pregunté a mami.
- - La
llevé a empeñar. – Me contestó conforme presionaba la olla sobre uno de mis pantalones.
Me cambió el gesto. En esta ocasión no pude quedarme con
nada. Aunque cada vez nos daban menos por esa vieja plancha.
La plancha permanecía en un estante de la casa de empeños,
esperando a que mami la fuera a buscar. Ahí estaba esa plancha, nuestra plancha,
entre otras planchas y multitud de cachivaches. La plancha, a pesar de ese
doblez en su cable, estaba en mejores condiciones que todas las demás. Así es
que cuando alguien preguntaba por una plancha, el propietario solía bajarla del
estante diciéndole al cliente que la propietaria acostumbraba a venir por ella
con puntualidad, pero que si se retrasaba tan solo un rato se la podría llevar
a un buen precio.
El cliente preguntó a Federico, el dueño de la casa de
empeños, que si podía probarla. A lo que este respondió afirmativamente:
- - Enchúfela
a ese toma corriente de la pared. – Conforme deslía el cable.
Un lio de chispas le hizo soltar la plancha en cuanto la
enchufó. Esta cayó al suelo sin daños
aparentes.
- - Es
solo al enchufarla, después plancha con normalidad. – Se apresura a decir
Federico.
El cliente se marcha insatisfecho y la plancha vuelve al
estante.
Este se dispone a cruzar la Avenida de cuatro carriles que lo
separa de su casa. El tráfico es caótico y él va con sus pensamientos puestos
en esa plancha. Un taxi se le echa encima sin poder esquivarlo. Su muerte es instantánea.
Es día de cobro y mami recibe su pensión que apenas da para
pagar el alquiler de esas cuatro tablas que tenemos como casa. Así es que de nuevo,
como cada mes, mami va a retirar su
plancha. Lo único que tenemos en propiedad. Siempre temiendo que alguien se la
lleve, y tenga que ahorrar para otra plancha de segunda mano y seguro que en
peores condiciones.
Al entrar en la casa de empeños, mami pregunta por el propietario.
A lo que el chaval que hay allí le responde:
-
A
sufrido un accidente.
- -¿Federico?
– Pregunta mamá. - ¿Qué le ha ocurrido?
-
Lo
hemos perdido para siempre. – Responde el
chico. – Cuando fue a poner su plancha en el estante, este se le vino encima
y recibió un golpe fatal en la cabeza.
Al fin mami podrá volver a planchar sin la olla. La plancha está de nuevo en casa
esperando ser utilizada para lo que vino a este mundo. Ahí está en un rincón y
en el lado más seco de casa. Donde ni el
agua ni la humedad le pueden causar ningún daño. Donde los ratones no puedan
comerse el cable. Hay que cuidar esa plancha. El mes que viene será empeñada
otra vez.
Nunca olvidaré esa última tarde. La tarde en la que al
regresar a casa, todos los vecinos colaboraban echando cubos de agua a ese
puñado de tablas ardiendo. Pero todo se redujo a cenizas. Nada quedó a salvo.
Esa fatídica tarde perdí a mami. Migue,
para su fortuna no se encontraba en casa. Entre las cenizas hay algo que brilla
por su cromado. Rescato esa maldita plancha.
Ahí estaba Rafa. Arrimando el hombro con todos los demás vecinos, pero con una
sonrisa maliciosa en su rostro.
- - Hola
Rafa. – Le digo de forma amistosa.
- -Hola
Raúl. Siento mucho lo ocurrido. – Me dice con voz queda.
Yo estoy con la plancha entre las manos y esta con el cordón
enroscado a su mango.
- -¿Tiene
tu mami plancha?
- -No.
– Contesta lacónico.
Le doy la plancha.
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