viernes, 2 de marzo de 2018

Historia de una plancha

RELATO CORTO

“Historia de una plancha”

La plancha, de segunda mano, es lo único que sobrevivió al incendio y fue el regalo de un novio de mi mamá. A mami no le gustó, decía que no  era regalo para una amada y tenía toda la razón. La plancha, aunque de segunda mano estaba en buenas condiciones, sin contar algún desconchón de su lacado rojo y algún doblez de más en el cordón por donde mami sabía que terminaría muriendo esa plancha. Pero era lo único de valor que teníamos en nuestra pequeña casa de tablas por  donde se colaba toda el agua del cielo en los días de lluvia y no tardó mucho en sacarnos de algún apuro económico.

El agua llegaba al barrio dos días en semana, teniendo que ir mi hermano y yo a buscarla a una fuente distante y en ruinas. Debido a mi problema de asma y a que era más avispado que mi hermanito, el sería el que acarrearía  con los cubos y botes de agua que arrinconábamos  en casa para la limpieza y el baño, ya que esta no era potable. Debido también a que yo era un par de años mayor que Migue, mami delegaba en mi la misión de ir a empeñar la plancha cuando no teníamos ni para poner a hervir una papas, aprovechando siempre para quedarme con algunos chelitos de lo que me daban en la casa de empeños.

Cuando volví a casa aquella tarde después de haber peleado con Rafa, ahí estaba mami planchando nuestra ropa con una olla que previamente había puesto al fuego.

-       - ¿Dónde está la plancha? – Pregunté a mami.
-       -    La llevé a empeñar. – Me contestó conforme presionaba la olla sobre uno de mis pantalones.

Me cambió el gesto. En esta ocasión no pude quedarme con nada. Aunque cada vez nos daban menos por esa vieja plancha.

La plancha permanecía en un estante de la casa de empeños, esperando a que mami la fuera a buscar. Ahí estaba esa plancha, nuestra plancha, entre otras planchas y multitud de cachivaches. La plancha, a pesar de ese doblez en su cable, estaba en mejores condiciones que todas las demás. Así es que cuando alguien preguntaba por una plancha, el propietario solía bajarla del estante diciéndole al cliente que la propietaria acostumbraba a venir por ella con puntualidad, pero que si se retrasaba tan solo un rato se la podría llevar a un buen precio.
El cliente preguntó a Federico, el dueño de la casa de empeños, que si podía probarla. A lo que este respondió afirmativamente:
-       - Enchúfela a ese toma corriente de la pared. – Conforme deslía el cable.
Un lio de chispas le hizo soltar la plancha en cuanto la enchufó. Esta  cayó al suelo sin daños aparentes.
-       - Es solo al enchufarla, después plancha con normalidad. – Se apresura a decir Federico.
El cliente se marcha insatisfecho y la plancha vuelve al estante.
Este se dispone a cruzar la Avenida de cuatro carriles que lo separa de su casa. El tráfico es caótico y él va con sus pensamientos puestos en esa plancha. Un taxi se le echa encima sin poder esquivarlo. Su muerte es instantánea. 

Es día de cobro y mami recibe su pensión que apenas da para pagar el alquiler de esas cuatro tablas que tenemos como casa. Así es que de nuevo, como cada mes,  mami va a retirar su plancha. Lo único que tenemos en propiedad. Siempre temiendo que alguien se la lleve, y tenga que ahorrar para otra plancha de segunda mano y seguro que en peores condiciones.

Al entrar en la casa de empeños, mami pregunta por el propietario. A lo que el chaval que hay allí le responde:
-        A sufrido un accidente.
-        -¿Federico? – Pregunta mamá. - ¿Qué le ha ocurrido?
-        Lo hemos perdido para siempre. – Responde el  chico. – Cuando fue a poner su plancha en el estante, este se le vino encima y recibió un  golpe fatal en la cabeza.

Al fin mami podrá volver a planchar sin la  olla. La plancha está de nuevo en casa esperando ser utilizada para lo que vino a este mundo. Ahí está en un rincón y en el lado más seco de casa. Donde ni el  agua ni la humedad le pueden causar ningún daño. Donde los ratones no puedan comerse el cable. Hay que cuidar esa plancha. El mes que viene será empeñada otra vez.

Nunca olvidaré esa última tarde. La tarde en la que al regresar a casa, todos los vecinos colaboraban echando cubos de agua a ese puñado de tablas ardiendo. Pero todo se redujo a cenizas. Nada quedó a salvo. Esa fatídica tarde perdí  a mami. Migue, para su fortuna no se encontraba en casa. Entre las cenizas hay algo que brilla por su cromado. Rescato esa maldita plancha.
Ahí estaba Rafa. Arrimando el hombro  con todos los demás vecinos, pero con una sonrisa maliciosa en su rostro.
-       - Hola Rafa. – Le digo de forma amistosa.
-        -Hola Raúl. Siento mucho lo ocurrido. – Me dice con voz queda.
Yo estoy con la plancha entre las manos y esta con el cordón enroscado a su mango.
-        -¿Tiene tu mami  plancha?
-        -No. – Contesta  lacónico.


Le doy la plancha. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario