domingo, 4 de marzo de 2018

Palabra de Satán


RELATO CORTO

“Palabra de Satán”

Ese hombre de aspecto siniestro y de pocos amigos sabía que la inmortalidad era posible. Ese hombre era yo, mi nombre es Ángel y tan solo tenía que pactar con el Diablo. No vendiéndole el alma ni nada similar, sino cediéndole la vida. El Diablo haría y desharía a su antojo. Supe que así era cuando  comencé a defenderme como nunca me había defendido antes. Podía sentir la energía dentro de mí. Un calor que venía de las mismísimas entrañas hasta proyectarse en mí mirada. Podía sentir como la piel de mi rostro me iba a explotar cuando toda la ira se concentraba en el y en las órbitas de mis ojos. Ese no era yo. Pero sería inmortal. No morir sería mi objetivo. Y tampoco quería envejecer. Solo tenía que pedírselo a Satán y sería como cuando tenía veinte. El Ángel que todos conocían ya no existe. Yo nunca iría al infierno pero es de donde venía.

¿Qué es lo que ocurre? – Mi cuerpo no reaccionaba pero podía verlo y oírlo todo. Mi mente es lo único que funciona en miles de pensamientos que iban y venían. Mi mente cautiva en una ratonera digital. Pero el Diablo me había dado una pista. La respuesta está en tu interior me dijo la noche de la  invocación. La noche en la que a las tres de la madrugada sellé mi pacto con Satán. Había una posible salida,  una escapatoria. Y debería dar con  la clave  en mi cerebro antes de que me introdujeran en un nicho por toda la eternidad. Tenía que pensar lo correcto y como si de un resorte se tratase mi cuerpo inerte volvería en si. ¿Pero qué era pensar  lo correcto? La respuesta está en tu interior fueron las palabras de Satán. No pienses en el amor, piensa solo en ti. Satán me prometió vida eterna y vida eterna me daría. Solo había que escapar de la ratonera si no  quería que esa vida eterna, que mi inmortalidad, fuera dentro de un nicho y en cualquier cementerio. ¿Pero cómo?

Estaba asistiendo a mi propio funeral. Y tenía 24h para dar con la clave a mi liberación antes de que me dieran sepultura. Pude ver cómo cerraban la tapa de mi ataúd y ahora solo veía a través del cristal de la misma. Todo lo escuchaba lejano, en la distancia, pero el murmullo del pulular de gente en el tanatorio llegaba a mis oídos. De la misma forma que podía ver cómo se acercaban a darme el último adiós. No podía hacer nada. Solo pensar. Y todo el mundo creía que aquella noche había muerto. Que había sido víctima de un infarto. Y realmente mi corazón no hacía su cometido, ni mis pulmones tampoco. Todo se había detenido en mí como si en realidad la vida se me hubiera ido en un suspiro. No sentía nada en mi cuerpo, ni un leve cosquilleo. Como si estuviera muerto. ¡¡Pero estaba vivo!! Quería gritar pero era inútil. No podía ni respirar aunque mi cerebro seguía con vida. Miles de pensamientos se agolpaban en mi cabeza. Rápidos, fugaces unas veces o  desesperadamente lentos otros. Si quería ganar esta batalla no debía pensar en el amor. Debía pensar solo en mí. Pero yo tenía seres queridos, gente a la que amaba y estos pensamientos eran los que más venían a mi cabeza, aunque me esforzaba por rechazarlos. Debía odiarlos. Pero ese odio debía de nacer de lo más  profundo de mi alma. Ese odio tenía que ser real. Y  así es como cabía la posibilidad de romper ese muro digital que mantenía mi cuerpo inerte. De esta manera podría escapar de la ratonera.
El tiempo no pasa en esta situación, con la única vista del techo  y sus luces. Las luces se están desplazando, es lo que llegué a pensar hasta que caí en la cuenta que era la caja lo que se movía.

Alguien se percata de que tengo los ojos abiertos.

-       - Deberíamos  cerrárselos. – Comentó conforme abría la tapa del ataúd.

Quise gritar pero no pude, todo era inútil. Solo puedo pensar lo que el Diablo me permite. La luz se desvanece cuando Mario tras alzar la tapa del ataúd cierra mis  párpados. Ahora todo es oscuro. Solo me acompaña el murmullo de la gente y el sonido de un golpe seco al cerrar la tapa. En esta ocasión no pude ver como la tapa se cerraba. Debo orientarme por los sonidos. Y parecía  lógico pensar que me llevaban al cementerio. Ahora el tiempo transcurre demasiado deprisa.

Era una lucha a contra reloj entre mi mente y la ratonera digital en la que me encontraba. ¿Cómo era posible que nadie en mi familia se dieran cuenta de que seguía con vida? Yo no respiraba, mi corazón no latía y obviamente no tenía pulso. Pero en alguna ocasión llegué a transpirar. Mi frente sudaba y mis axilas también, y sin embargo nadie fue lo suficientemente observador como para darse cuenta de algo así y haber abortado mi entierro. Ahora sí que estaba cargado  de odio. Tenía que alimentar ese odio hacia mi familia. Y así es como conseguiría anular cualquier atisbo de amor que pudiera quedar en mi  para con quien sea.

Solo desde el odio podría escapar de esta ratonera y odio no me faltaba cuando estaba ya a apenas un rato de ser lapidado en cualquier nicho del cementerio de mi pequeña localidad.
Deja de oírse el motor del  coche y abren la puerta trasera, de lo que deduzco que hemos llegado al cementerio. La impotencia y el miedo que siento lo superan todo, incluso al odio que pueda sentir para con quien sea. Jamás volveré a ver a mi familia. ¡No Ángel no!, me digo a mí mismo. Solo desde el odio se romperá el muro que impide mi movilidad. Solo tengo que controlar mis sentimientos y pensar  lo  correcto. Pero solo venían a mi mente los recuerdos de esas reuniones familiares en las que compartíamos cualquier conversación durante alguna  comida. Los recuerdos de alguna amada a la que jamás volvería a ver ni a compartir esos buenos ratos con ella. Solo puedo pensar en ese nicho en el que me iban a meter para no salir jamás. Mi miedo  supera a mi odio y esa  no era la fórmula para romper ese muro digital y volver a la vida al recuperar la movilidad.

Vuelvo a oír  el murmullo de la gente que está asistiendo a mi entierro. Ya me conducen al nicho y en breve escucharé como ponen la lápida, que será el último sonido  que mis oídos puedan captar.
Pasado un rato al fin consigo gritar. Mi grito se ahoga entre lágrimas. Al fin puedo moverme, retorciéndome en mi propia tumba, en ese  claustrofóbico nicho en el que me retuerzo entre gritos, quejidos y lágrimas. Ya pusieron la  lápida. Se marcharon y nadie puede oírme.

Conseguí la inmortalidad que me prometió Satán.

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