RELATO CORTO
“Palabra de Satán”
Ese hombre de aspecto siniestro y de pocos amigos sabía que
la inmortalidad era posible. Ese hombre era yo, mi nombre es Ángel y tan solo
tenía que pactar con el Diablo. No vendiéndole el alma ni nada similar, sino cediéndole
la vida. El Diablo haría y desharía a su antojo. Supe que así era cuando comencé a defenderme como nunca me había defendido
antes. Podía sentir la energía dentro de mí. Un calor que venía de las mismísimas
entrañas hasta proyectarse en mí mirada. Podía sentir como la piel de mi rostro
me iba a explotar cuando toda la ira se concentraba en el y en las órbitas de
mis ojos. Ese no era yo. Pero sería inmortal. No morir sería mi objetivo. Y tampoco
quería envejecer. Solo tenía que pedírselo a Satán y sería como cuando tenía
veinte. El Ángel que todos conocían ya no existe. Yo nunca iría al infierno
pero es de donde venía.
¿Qué es lo que ocurre? – Mi cuerpo no reaccionaba pero podía
verlo y oírlo todo. Mi mente es lo único que funciona en miles de pensamientos que
iban y venían. Mi mente cautiva en una ratonera digital. Pero el Diablo me
había dado una pista. La respuesta está en tu interior me dijo la noche de
la invocación. La noche en la que a las
tres de la madrugada sellé mi pacto con Satán. Había una posible salida, una escapatoria. Y debería dar con la clave
en mi cerebro antes de que me introdujeran en un nicho por toda la
eternidad. Tenía que pensar lo correcto y como si de un resorte se tratase mi
cuerpo inerte volvería en si. ¿Pero qué era pensar lo correcto? La respuesta está en tu interior
fueron las palabras de Satán. No pienses en el amor, piensa solo en ti. Satán
me prometió vida eterna y vida eterna me daría. Solo había que escapar de la ratonera
si no quería que esa vida eterna, que mi
inmortalidad, fuera dentro de un nicho y en cualquier cementerio. ¿Pero cómo?
Estaba asistiendo a mi propio funeral. Y tenía 24h para dar
con la clave a mi liberación antes de que me dieran sepultura. Pude ver cómo
cerraban la tapa de mi ataúd y ahora solo veía a través del cristal de la
misma. Todo lo escuchaba lejano, en la distancia, pero el murmullo del pulular
de gente en el tanatorio llegaba a mis oídos. De la misma forma que podía ver
cómo se acercaban a darme el último adiós. No podía hacer nada. Solo pensar. Y
todo el mundo creía que aquella noche había muerto. Que había sido víctima de un
infarto. Y realmente mi corazón no hacía su cometido, ni mis pulmones tampoco.
Todo se había detenido en mí como si en realidad la vida se me hubiera ido en
un suspiro. No sentía nada en mi cuerpo, ni un leve cosquilleo. Como si estuviera
muerto. ¡¡Pero estaba vivo!! Quería gritar pero era inútil. No podía ni
respirar aunque mi cerebro seguía con vida. Miles de pensamientos se agolpaban en
mi cabeza. Rápidos, fugaces unas veces o
desesperadamente lentos otros. Si quería ganar esta batalla no debía pensar
en el amor. Debía pensar solo en mí. Pero yo tenía seres queridos, gente a la que
amaba y estos pensamientos eran los que más venían a mi cabeza, aunque me
esforzaba por rechazarlos. Debía odiarlos. Pero ese odio debía de nacer de lo
más profundo de mi alma. Ese odio tenía
que ser real. Y así es como cabía la
posibilidad de romper ese muro digital que mantenía mi cuerpo inerte. De esta manera
podría escapar de la ratonera.
El tiempo no pasa en esta situación, con la única vista del
techo y sus luces. Las luces se están
desplazando, es lo que llegué a pensar hasta que caí en la cuenta que era la
caja lo que se movía.
Alguien se percata de que tengo los ojos abiertos.
- - Deberíamos cerrárselos. – Comentó conforme abría la tapa
del ataúd.
Quise gritar pero no pude, todo era inútil. Solo puedo pensar
lo que el Diablo me permite. La luz se desvanece cuando Mario tras alzar la
tapa del ataúd cierra mis párpados.
Ahora todo es oscuro. Solo me acompaña el murmullo de la gente y el sonido de
un golpe seco al cerrar la tapa. En esta ocasión no pude ver como la tapa se
cerraba. Debo orientarme por los sonidos. Y parecía lógico
pensar que me llevaban al cementerio. Ahora el tiempo transcurre demasiado
deprisa.
Era una lucha a contra reloj entre mi mente y la ratonera
digital en la que me encontraba. ¿Cómo era posible que nadie en mi familia se
dieran cuenta de que seguía con vida? Yo no respiraba, mi corazón no latía y
obviamente no tenía pulso. Pero en alguna ocasión llegué a transpirar. Mi
frente sudaba y mis axilas también, y sin embargo nadie fue lo suficientemente
observador como para darse cuenta de algo así y haber abortado mi entierro.
Ahora sí que estaba cargado de odio. Tenía
que alimentar ese odio hacia mi familia. Y así es como conseguiría anular
cualquier atisbo de amor que pudiera quedar en mi para con quien sea.
Solo desde el odio podría escapar de esta ratonera y
odio no me faltaba cuando estaba ya a apenas un rato de ser lapidado en cualquier
nicho del cementerio de mi pequeña localidad.
Deja de oírse el motor del
coche y abren la puerta trasera, de lo que deduzco que hemos llegado al
cementerio. La impotencia y el miedo que siento lo superan todo, incluso al
odio que pueda sentir para con quien sea. Jamás volveré a ver a mi familia. ¡No
Ángel no!, me digo a mí mismo. Solo desde el odio se romperá el muro que impide
mi movilidad. Solo tengo que controlar mis sentimientos y pensar lo
correcto. Pero solo venían a mi mente los recuerdos de esas reuniones familiares
en las que compartíamos cualquier conversación durante alguna comida. Los recuerdos de alguna amada a la
que jamás volvería a ver ni a compartir esos buenos ratos con ella. Solo puedo
pensar en ese nicho en el que me iban a meter para no salir jamás. Mi
miedo supera a mi odio y esa no era la fórmula para romper ese muro
digital y volver a la vida al recuperar la movilidad.
Vuelvo a oír el
murmullo de la gente que está asistiendo a mi entierro. Ya me conducen al nicho
y en breve escucharé como ponen la lápida, que será el último sonido que mis oídos puedan captar.
Pasado un rato al fin consigo gritar. Mi grito se ahoga entre
lágrimas. Al fin puedo moverme, retorciéndome en mi propia tumba, en ese claustrofóbico nicho en el que me retuerzo
entre gritos, quejidos y lágrimas. Ya pusieron la lápida. Se marcharon y nadie puede oírme.
Conseguí la inmortalidad que me prometió Satán.
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